Una manera de pensar en el servicio
misionero es comparándolo con encarnar a Cristo. No nos referimos a que los misioneros se conviertan en Dios como lo fue Jesús. Nos referimos a cuando los misioneros permiten a Jesús brillar a través de
sus acciones y actitudes de manera similar a la que el Padre brilló
a través de las acciones y actitudes de Jesús. El ministerio
encarnacional es decir como Pablo: “Ya no vivo yo, más vive Cristo
en mí” (Gálatas 2:20)
Hubo un misionero voluntario en el
siglo XIII llamado Francisco que ilustra lo que significa que un
misionero sea encarnacional. Francisco era de una ciudad italiana
llamada Asís. Por eso se le conocía como Francisco de Asís. Si
podemos ver más allá de las leyendas fantasiosas que se cuentan sobre él,
podremos ver a un misionero a través del cual Cristo brilló en gran
manera.
Francisco creció en una familia
acaudalada pero renunció a la opulencia para convertirse en un
evangelista voluntario. Trabajó en el reavivamiento de iglesias
moribundas en el centro de Italia. Luego, cuando su visión y llamado
se hizo global, fundó una agencia misionera. El mismo intentó ir
como misionero a Jerusalén y España. Un viaje fue frustrado por un
naufragio y el otro por una enfermedad.
Un episodio encarnacional muy
importante en la vida de Francisco ocurrió durante una de las
Cruzadas. Mientras el ejército “cristiano” del Papa enfrentaba
al ejército musulmán de Egipto, Francisco llegó a Egipto donde se
las ingenió para reunirse con el Sultán (el líder político y
religioso del país).
Al final de la reunión, el Sultán le
dijo a Francisco, “Si conociera más cristianos como tu, me darían
ganas de ser uno de ustedes.”
Algo en Francisco comunicaba la
presencia de Cristo a aquel lider musulmán mucho mejor que aquel
ejército “cristiano” que saqueaba y destruía la ciudad.
La agencia misionera de Francisco se
convirtió en una “orden misionera” importantísima para la
iglesia en occidente. Hoy por hoy conocemos a ese grupo como los
“Franciscanos”. Francisco no estaría feliz con ese nombre o con
la riqueza que ha acumulado la organización. Rechazando poder y
prestigio, Francisco llamó a su grupo simplemente “la orden de los
frailecillos”.
A Francisco se le atribuye haber
escrito una oración en forma de poema al que se le ha puesto música:
“Señor,
haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.”
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.”
Si bien se desconoce quién escribió
esta oración en realidad, las actitudes encarnacionales expresadas
en ella ilustran poderosamente la idea de Cristo brillando a través
de los misioneros cuando permiten que Cristo viva en ellos de tal manera que ellos mismos parecieran ser “Jesús en carne y hueso”.