12 diciembre 2013

Misiones Bien Hechas: El Ministerio Encarnacional de Francisco

Una manera de pensar en el servicio misionero es comparándolo con encarnar a Cristo. No nos referimos a que los misioneros se conviertan en Dios como lo fue Jesús. Nos referimos a cuando los misioneros permiten a Jesús brillar a través de sus acciones y actitudes de manera similar a la que el Padre brilló a través de las acciones y actitudes de Jesús. El ministerio encarnacional es decir como Pablo: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20)

Hubo un misionero voluntario en el siglo XIII llamado Francisco que ilustra lo que significa que un misionero sea encarnacional. Francisco era de una ciudad italiana llamada Asís. Por eso se le conocía como Francisco de Asís. Si podemos ver más allá de las leyendas fantasiosas que se cuentan sobre él, podremos ver a un misionero a través del cual Cristo brilló en gran manera.

Francisco creció en una familia acaudalada pero renunció a la opulencia para convertirse en un evangelista voluntario. Trabajó en el reavivamiento de iglesias moribundas en el centro de Italia. Luego, cuando su visión y llamado se hizo global, fundó una agencia misionera. El mismo intentó ir como misionero a Jerusalén y España. Un viaje fue frustrado por un naufragio y el otro por una enfermedad.

Un episodio encarnacional muy importante en la vida de Francisco ocurrió durante una de las Cruzadas. Mientras el ejército “cristiano” del Papa enfrentaba al ejército musulmán de Egipto, Francisco llegó a Egipto donde se las ingenió para reunirse con el Sultán (el líder político y religioso del país).

Al final de la reunión, el Sultán le dijo a Francisco, “Si conociera más cristianos como tu, me darían ganas de ser uno de ustedes.”

Algo en Francisco comunicaba la presencia de Cristo a aquel lider musulmán mucho mejor que aquel ejército “cristiano” que saqueaba y destruía la ciudad.

La agencia misionera de Francisco se convirtió en una “orden misionera” importantísima para la iglesia en occidente. Hoy por hoy conocemos a ese grupo como los “Franciscanos”. Francisco no estaría feliz con ese nombre o con la riqueza que ha acumulado la organización. Rechazando poder y prestigio, Francisco llamó a su grupo simplemente “la orden de los frailecillos”.

A Francisco se le atribuye haber escrito una oración en forma de poema al que se le ha puesto música:

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.

Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.


Si bien se desconoce quién escribió esta oración en realidad, las actitudes encarnacionales expresadas en ella ilustran poderosamente la idea de Cristo brillando a través de los misioneros cuando permiten que Cristo viva en ellos de tal manera que ellos mismos parecieran ser “Jesús en carne y hueso”.